sábado, 9 de noviembre de 2013

El amor como desactivación de la política

Durante los últimos días he tenido la oportunidad de ver en las redes sociales que varios de mis contactos se han comenzado a entusiasmar con Sfeir. Creo en realidad, que se han dado la oportunidad de manifestar públicamente un entusiasmo ya cristalizado hace tiempo. Parece ser que desde los debates de ANATEL y el de algunos canales abiertos (que en términos estrictos ni amplios pueden ser denominados como debates) en el ambiente ha aumentado el entusiasmo público por este particular candidato. Hasta hace un tiempo, parece ser, que hablar de Sfeir era ser poco serio por su estilo de vestimenta, por su cola de caballo blanquecina, por su estilo místico y cercano a un maestro espiritual. Es, sin lugar a dudas, irrelevante indicador de su importancia o connotación política o pública dicho aspecto. Esas reticencias hablan más del provincialismo de Chile que de Sfeir, propiamente tal. Sin embargo, durante el último tiempo se ha evidenciado que el señor Sfeir es bastante competente: tiene dos doctorados, un MBA, ha trabajado en el Banco Mundial, también lo ha hecho para la ONU en temas ambientales y derechos humanos, etc.

Creo que todo lo dicho ha hecho que Sfeir pueda integrarse como alguien legítimo para ser votado por muchos.

Yo, en lo personal, no soporto a Sfeir. No como persona, sin duda. Amaría poder comer de sus guisos, hacer yoga con él y compartir un buen vino con una igualmente deliciosa conversación. Allí entonces no reside el problema. Lo que no soporto es su figura política que seduce justamente a aquellos que desean idealmente cambios, pero que no entienden lo que implica en términos prácticos. Desde mi prejuicio esos sujetos que tienen esas dos características al mismo tiempo son los hijos de padres liberales del barrio alto.

El problema reside justamente en lo que posibilita su fama de último minuto: su concepción amorosa de la sociedad. Mi hipótesis central es que Alfredo Sfeir seduce y genera un amplio interés de últimas no tanto por sus objetivos, sino por su perspectiva y camino para llegar a esos objetivos.

Los objetivos de Sfeir no son distintos a muchos objetivos de Claude, Enriquez-Ominami y Miranda. Quiere educación gratuita, desea mayor equidad, desea justicia, desea disminución de la violencia, entre otras cosas.

En lo que se diferencia es que Sfeir continuamente parte de una concepción de integración, de fraternidad, de hermandad, de reunión, de relaciones no violentas, de encuentro genuino y legítimo, de reconocimiento, de apoyo, de contención, en suma, de amor.

Y aquí está mi mayor discordia con Sfeir. Una sociedad de clases y de estamentos más o menos cerrados  distribuciones de diversos capitales desiguales, e intereses en conflicto. Sobre todo si entendemos que el campo social funciona bajo el imperio de la distribución desigual y el deseo de concentración. Si eso es cierto, es imposible lograr equidad sin un intento de contrarestar el poder a través de poder. Las hegemonías se devastan a través de otras hegemonías. Y eso implica conflicto, roce, choque, pugna. En lo subjetivo implica descontento, rabia, envidia, etc.

Lo que hace que gente -al menos en el caso de mis redes sociales, del barrio más alto y con mayores concentraciones económicas y sociales- ame a Sfeir es que sus propuestas de redistribución hacen un borramiento de lo propio de la política: el poder. Y como se sabe, el poder es relación conflictiva.

Así lo que plantea Sfeir es más una retórica que un hecho posible.

Lo que me incomoda más, y esto es una intuición, es que si Sfeir quiere llevar el amor a su máxima expresión, y por ende eliminar de sus prácticas la violencia (tanto legítima como no legitima), no podrá hacer cambio alguno, sino que para evitar el conflicto se verá obligado a reproducir bálsamos y caricias superficiales que no generarán cambios concretos del modelo, sino retoques. Si desea concretar los cambios tendrá que notar que su perspectiva amorosa es insuficiente como condición para dichos cambios.

Creo en la posibilidad de una "sociedad más amorosa", pero ello no tanto en el proceso sino en el producto de una movilización social y de construcción de fuerza política que implicará tensión y malestar. Pero ello es el coste de los procesos de autonomía.





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