lunes, 8 de marzo de 2010

El televisor de plasma o sobre la obscenidad del capitalismo

Las imagenes televisadas de un sujeto llevándose un televisor de plasma de un supermercado ha sido el contra-ícono de lo que los chilenos quieren reflejar sobre las consecuencias del terremoto: la caridad, la responsabilidad, la ayuda. Esta cara, el anverso a la imagen recién señalada, es la ya cristalizada e institucionalizada imagen de un hombre con aparente convicción, que levanta una bandera chilena empercudida, embarrada y deshecha en medio de la catastrofe. Estos son, pues, los dos imaginarios que recorren el remesón del terremoto.
Es evidente que algo de oscuro y obsceno refleja la primera imagen destacada. Lamentablemente me parece que los focos públicos (periodistas, analistas y opinólogos) que han intentado ilustrar tal fenómeno no ha acertado en pensar qué es lo propiamente obsceno de la imagen de alguien robando un televisor de un supermercado en un ambiente de destrucción.
El análisis ha ido enfocado en el ambiente de 'saqueo', 'amoralidad', 'pillaje', 'anomia', 'psicopatía', 'antisocialización' de los grupos que se han visto implicados en tales pasajes al acto, cuando el análisis debiese ir más allá del acto mismo, a saber, a la ideología que inscribe y da sentido a tales acciones.
En efecto, lo obseno de esa imagen no es el hecho del robo de una televisión; la obscenidad que allí se manifiesta se detecta en lo descarnado e interiorizado de la ideología capitalista en nuestra alma nacional. Cuando un sistema entero colapsa y se deteriora la 'falsa conciencia' instaurada se hace patente el montaje ideológico para los implicados. Nos hemos dado cuenta como muchos afectados afirman que el dinero no importa en estas circunstancias, que lo necesario y fundamental es el pan para comer, el techo para guarecerse, la leche para beber y alimentarse. Dicho en otros términos, el valor de cambio y su fetichización ceden al primario valor de uso: es esperable que las cristalizadas y sedimentadas relaciones sociales naturalizadas en los objetos cedan a su 'para qué sirve' en el contexto.
Esto se aprecia exactamente en las primeras escenas de un film de animación japonesa de Sumusu Takaku y Tooyo Ashida, 'Hokuto no Ken' [El puño de la estrella del norte] (1986). En las primeras imágenes nos contextualizan en un escenario post-apocalíptico: vemos una hueste de personas caminando a través de un desierto, que en alguna época previa al desastre correspondió a una ciudad llena de vida. Tales personas se desplazan como nómadas de un lugar a otro con todas sus escazas pertenencias: un cuchillo, un trozo de pan, agua; en definitiva viveres de primera necesidad. En el trayecto un grupo de cuatreros los intercepta, matando al grupo con el fin de robar sus pertenencias. Uno de éstos corre despavorido, lo vemos con un terno, parece oficinista; resguarda y aprienta contra su pecho una maleta. Uno de los asaltantes lo persigue en caballo y le entierra una lanza hiriéndolo de muerte. El asesino abre el maletín esperando algo valioso; sin embargo sólo encuentra una cantidad incontable de dólares. Muy molesto el cuatrero tira el maletín y los billetes vuelan sobre el oficinista ya muerto. En esa escena se monta de forma muy gráfica la obscenidad del valor de cambio; la ridícula insistencia de la ideología en un momento en el que ya debería estar completamente muerta y acabada.
Del mismo modo, y es lo que se aprecia en la ya tan mentada imagen, el valor de cambio y la fetichización de la mercancía siguen en pie. La ideología sigue montada y funcionando a pesar de lo ridículo, obsceno e incoherente que se muestre, ya que la ideología sin quererlo ha mostrado los mecanismos artificiales e impuestos que la hacían funcionar. El sujeto que roba la televisión en vez de leche, ha 'capitalizado su alma' (si se me permite el neologismo): transforma en oro todo lo que toca, como reza el cuento del Rey Midas, aún cuando tal habilidad pierde total sentido en el contexto.
No es lumpen, ni psicópatas, ni enfermos, ni desalmados los que roban televisores.; es el sistema capitalista que irrumpe y coloniza todo a su haber incluído la subjetividad de las personas.
Eso es lo obsceno de tales imágenes. Ese es el escozor que nos da, sin darnos cuenta de sus causas. Vemos lo degradaror y obsceno del sistema mismo cuando llega a sus consecuencias límites y exacerbadas (como el cuento de Midas recién citado). Esa misma obscenidad y su consecuente tirria y escozor es el que producen las universidades y clínicas que se encuentran al interior del malls, por ejemplo: el soporte que ocultaba el andamiaje artificial y engañoso de la ideología es transparentado sin ninguna verguenza. A pesar que el sistema muestre lo ideológico de la ideología el engranaje sigue funcionando.
Y es por eso que la mayoría de los análisis sobre la gente robando televisores de plasma, lavadoras, cocinas y bicicletas no logran iluminar el fenómeno; puesto que suponen que el resplandor del fenómeno se acaba en el hecho mismo. Explican la criminalidad a través de la criminalidad. Y así esquivan el obvio hecho de que muchas veces son las estructuras profundan las que determinan los fenómenos visibles, o dicho en simple, la más de las veces, la criminalidad no se explica a través de la criminalidad, pues termina siendo una inútil y engañosa tautología.

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