martes, 26 de enero de 2010

Cuando nadie confia: o sobre Piñera como presidente

El triunfo de Piñera ha clamado para algunos una especie de retorno de lo reprimido. Como bien sabemos, desde que Pinochet fue procesado en Londres, la derecha más conservadora y pinochetista no fue lo mismo; y es que el destierro simbólico e imaginario de su padre fue tal, que todo ese sector que hasta el correr de 1998 se sentía legitimado para defender a Pinochet recalcitrantemente, sufrió un devastador trauma.

El orden del discurso cambió en Chile tras ese arresto. El informe Balech y la aparición de las cuentas secretras haría lo suyo también. Pinochet perdería ese talante omnipotente, y se daría paso de una época post-pinochetista. O al menos eso parecía por el mutismo de la derecha.

Todo este proceso traumático queda maravillosamente expuesto (más por las imágenes que la construcción general de la obra) en el documental de Marcela Said, 'I love Pinochet' (misma directora de 'Opus dei: una cruzada silenciosa').

Luego vendría un remezón con la muerte del dictador. Como una metástasis, o un brutal pasaje al acto, irrumpirían el espacio de lo público este grupo de Pinochetistas. Era esperable, por cierto; quién no rendiría honores a su padre para darle digna sepultura. Lo curioso, como sabemos, es que el grupo que rendía pleitesía al dictador no eran solamente los escleróticos y anacrónicos derechistas de la dictadura: se encontraba también una cantidad no menor de jóvenes pinochetistas.

Aparentemente la muerte real, simbólica e imaginaria del padre haría pensar que ya era seguro que Pinochet como figura social, no aparecería en el espacio público: tan sólo se quedaría en la privacidad del armario, de las recámaras y, a lo sumo, en las reuniones íntimas de estas familias.

Ya nos damos cuenta que tal conclusión, no es sino una proyección de nuestros deseos. Una simple inocencia e ignorancia de las esferas con poco contacto político con la derecha.

El triunfo de Piñera hizo que reemergieran con todo el peso de la noche los recalcitrantes pinochetistas. Pudimos verlos en la calle y en los medios de comunicación. Con fervor llenaron las calles: en Plaza Italia el pinochetismo más humilde y frente al Apumanque el pinochetismo más acaudalado.

Se escuchaban salmos, réplicas y vituperios en contra de los comunistas y bendiciones y laureles para Pinochet y Piñera; en muchos casos se percibía un desplazamiento del amor a Pinochet hacia Piñera. La violencia y la odiosidad de los insultos no deja de llamar la atención, entre los que se escapaban algunos más suaves como "Poropopó, poropopó, el que no salta es comunista maricón"; "Comunistas, culiaos, cafiches del Estado"; "General Pinochet, este triunfo es para usted". Sin embargo la división y el odio llega a extremos más elevados: "Morir luchando: marxistas ni cagando", "Con los huesos de Allende haremos un gran puente; con los huesos de Allende haremos un gran puente, por donde pasarán Augusto y sus valientes" y "Comunistas, maricones, te mataron los parientes por güeones".

En efecto, tales manifestaciones evidencian la existencia de un trauma psicosocial que ha calado hondo, y que las intensiones políticas de la derecha por mirar al futuro no hacen desaparecer una herida abierta. Se nota en los hechos que el oponente político no es mirado como tal, sino que le hace ingresar en las coordenadas de un 'enemigo'. Tal reinserción simbólica del otro que difiere no pretende persuadir ni argumentar para cambiar, sino más bien desea un súbito pasaje al acto que termine por hacer desaparecer a la diferencia. La no-identidad se paga con el precio de desaparecer.

Ahora bien, no sólo han resurgido los discursos pinochetistas en la palestra pública, sino que también ha reaparecido otro discurso intimamente ligado: el de la derecha conservadora latifundista. Dicho resumido este discurso ensalza el capitalismo salvaje y el catolicismo recalcitrante; sus medidas son totalizantes y pragmáticas, ya que se fija en los fines y no en los medios. Entre estos decires se encuentra el deseo de la CNC (Cámara Nacional de Comercio) de bajar los sueldos mínimos y flexibilizar las condiciones laborales en lo que respecta a seguridad y movimientos colectivos (nota aquí) o también la intención de Moreira de que se realice un Toque de Queda para el 11 de septiembre (nota aquí)


Lo curioso de todo (y esto es una de las cosas centrales de mi reflexión), es que Piñera en campaña nunca ha apoyado ni a este tipo de Pinochetismo ni a este tipo de conservadurismo-latifundista.

Si uno lee el Programa de Gobierno de Piñera puede fácilmente darse cuenta de eso. Por mencionar algunos respaldos, basta echar un ojo en el capítulo II 'Hacia una sociedad de Seguridades', en donde afirma cuestiones como un sueldo familiar ético o el incentivo de seguridades laborares como son la capacitación, solidez y duración de los empleos, y también cuestiones como el fortalecimiento de los Sindicatos. También, en el capítulo I, se afirma que no se desea empequeñecer al Estado (al menos más de lo que ya disminuyó la concertación). Inclusive Piñera pretende reforzar el tema de la Violación de los Derechos Humanos en Dictadura. Cito directamente el punto 2 del apartado "Fortalecer los Derechos Humanos":

Reforzar una política para enfrentar las situaciones del pasado orientada por valores de verdad, justicia y reconciliación. (p. 151)
Eso mismo no sólo se pudo apreciar en su Programa, sino en los medios de comunicación, como en el debate presidencial, cuando se le imputó que privadamente habría asegurado que no habrían juicios para mandos militares (nota aquí y aquí); del mismo modo que sostuvo que no se asignarían ministros que lo fueron en dictadura (nota aquí).

En suma, Piñera se distanciaría de modo claro y enfático de aquellas miradas y perspectivas más oscuras y álgidas de la derecha chilena. Y como ya se pudo ver, cierta parte de la derecha se siente de todos modos con plena legitimidad para proferir públicamente tales ideas.

Al sentirse legitimada la derecha dura, se deja colar que ésta, desde algún lado, escucha que los mensajes de Piñera afirman un gobierno conservador, anacrónico y fascista. Esto indica que una parte de los que votaron por Piñera no confía en éste. En efecto, no confían lo que locutivamente afirman sus palabras. Si en algo de ésta palabra confían es precisamente en aquello que no se dice; en lo ilocutivo.

A su vez podemos llegar a la misma conclusión respecto a los ciudadanos que no están de acuerdo con Piñera. No desean que Piñera llegue a dirigir Chile porque precisamente no confían en lo que dice Piñera.

Así podemos concluir que en efecto existe un acuerdo entre ciudadanos de derecha e izquierda: no confiar en la palabra de Sebastían Piñera.

Este hecho fundamental y curioso nos deja ver que una parte más pequeña que grande legitima el gobierno del electo presidente. Y la legitimidad de un gobierno es uno de los atributos políticos más importantes para el sostenimiento de un Estado de derecho. Además pensemos que haga lo que haga una parte importante de la población estará descontenta: si es progresista la derecha estará molesta, y si es conservador la izquierda entonces ocupará ese lugar.

Cabe preguntarse entonces, ¿hasta qué punto se puede sostener un gobierno montado sobre la desconfianza?, ¿qué hacer con este nivel basal de descontento?, ¿cómo logrará crear una sociedad de unidad nacional si su imagen ambigua permite esta paradójica situación? ¿qué salidas tiene de ese desfiladero?, ¿qué implicancias tendrá para el gobierno de Piñera esta escasa legitimidad ciudadana?, y más esencial aún: ¿Sebastian Piñera creerá algo de lo que él dice?

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