domingo, 30 de noviembre de 2008

El deseo es un fingidor

La otra vez fui a una jornada que se centró en el tema de 'cuerpo y psicoanálisis'. Ambos temas recién los estoy descubriendo, y me han sido muy interesantes. En particular me pareció estupendo el hecho de la conjunción de ambos temas, ya que a mi juicio dicha articulación es una resistencia en contra de la monopolización de la intervención y reflexión del y sobre el cuerpo. Con eso me refiero a los transpersonales, que no sé bajo qué pretensión creen que el cuerpo es un ámbito propio de su espacio geopolítico; es claro que ese es un ejemplar y un síntoma de un conjunto más amplio, lo que Jay Gould denomina "Místicos Californianos".
El tema no es ese en realidad. Lo que deseo comentar(me) es la conversación que tuve en el receso de almuerzo de esa jornada con un muy buen amigo y, a mi gusto, un muy buen poeta; claro, hablo de Manuel Araneda. Habitualmente es en los pasillos es donde los congresos y las conferencias cobran vida, y es precisamente allí donde uno más discute y aprende, sobre todo si consideramos lo 'fama' que son los dispositivos conferenciales, en contraposición con el coloquio de pasillo, que es totalmente 'cronopio' -al menos en nuestro caso.
Uno de los temas que más hablamos fue el del lenguaje y el de lo simbólico. A mi gusto, y eso era lo que yo defendía, no hay nada más allá ni más acá del lenguaje, de lo simbólico (que no son lo mismo pero sí). La distinción entre uno y otro, que hacía yo era que el lenguaje era al eje sintagmático lo que lo simbólico al eje paradigmático; lo que en el fondo señala que ambos niveles están compuestos de lo mismo. En la discusión terminó saliendo el tema de lo que no puede ser dicho, y en efecto yo señalaba que lo que no puede ser dicho existe, sólo en tanto es delimitado por el lenguaje, en tanto señalamos que hay un espacio oscuro y nebuloso del cual no podemos hablar. Un ejemplo de ello son las emociones. Éstas no pueden ser dichas, y cuando lo son dichas, en verdad y en último término sabemos que no. Ahora, estas emociones existen en la medida que son contrapuestas a un lenguaje, un lenguaje que no le es permitido clarificar que son las emociones. Por eso las emociones se nos presentan con la imagen de 'oscuridad', de 'nebuloso', de 'interior'. En suma, mi opinión es que si no hay lenguaje no hay emociones, con la condición que la emoción solo existe en ese espacio que no hay lenguaje. A todo eso le llamé un 'desconocimiento conocido': en términos pedestres, podemos pensar que ese fenómeno se da muchas veces en el campo cuando uno camina en plena noche sin luz eléctrica de la casa del amigo a la propia, y en el trayecto no sabemos lo que hay pero conocemos ese 'no saber lo que hay'; y es así que llegamos a nuestra casa. En términos más axiológicos podemos pensar la relación con la muerte, que desconocimiento más conocido que ese. De esta imposibilidad de hablar es de una de las que más hablamos.
En ese mismo sentido terminé señalando que siempre habría un resto, un algo que no podría ser dicho, que quedaría sólo para uno. Y ni siquiera uno sabría muy bien qué decir al respecto de eso que quedó solo para uno, pues es claro que no puede ser dicho: hay algo que es en una parte y en otra no es, que no puede ser dicho a nadie, ni siquiera para uno.
Manuel, mi amigo, me dijo de inmediato que no estaba de acuerdo pues en la poesía el poeta comunicaba y hacía sentir a otros lo que él mismo sentía (lo dijo con mucha más lozanía, como es característico de él)... no supe bien qué decirle en ese momento, la verdad y justo nos teníamos que ir, así que la discusión llegó hasta ese punto. Es más, lo había olvidado hasta que me puse a leer un libro y a pensar sobre Pessoa y Lihn. Y he llegado a pensar con estos últimos referentes que la poesía es la escritura de una imposibilidad. Se inteta decir aquello que justamente cuando es dicho se desvanece. Aquello que en cada intento de articulación termina desarticulado.
"El deseante no puede decir nada de sí mismo, si no aboliéndose como deseante. Esto es lo que define el lugar puro del sujeto en tanto que vano, incluso la síncopa del lenguaje es impotente para decir, porque, desde que dice, el sujeto no es ta nada más que un pedigüeño, pasa al reistro de la demanda y es otra cosa" (J. Lacan, Seminario VIII 'La transferencia').
Eso me hizo pensar que nunca está todo dicho y no porque no se quiera, si no porque no se puede. En este mismo gesto se circunscriben los poetas. Intentan decir lo que no pudo ser dicho, y en ese mismo gesto su poema no cumple lo que pudo ser en su concepción original. Pienso que es por eso mismo que los poetas nunca dejan de escribir. En ese escribir intentan colar ese deseo (¿deseo de qué?, no sé, pero deseo de algo) a través del poema, y que en efecto pareciera que se cumple, pero no: "Pero escribí: tuve esa rara certeza / la ilusión de tener el mundo entre las manos / -¡qué ilusión más perfecta...".
Es por esa imposibilidad que se repite el acto de la escritura, es por eso mismo que siguen habiendo más poetas. Si hubiese sido la palabra dicha, ya no tendría nadie más que escribir. Y pues, creo que esa experiencia la debe vivir cualquier poeta o escritor cuando termina sus textos y los repasa, de cierto modo van perdiendo el encanto primigenio. Luego son desperdigados y otros le encuentran ese encanto que, bien sabrá alguien cuál es. El escribir es un acto de repetición que nos hace vivir a muchos, a otros al contrario los hace morir. Lihn dice en ese mismo poema citado, cuando cierra en el último verso: "porque escribí, porque escribí estoy vivo"; uno podría cambiarlo diciendo en lacanes (a pesar de lo horrible que pueda sonar): "porque desee, porque desee estoy vivo". Pienso que en el gesto de escribir en efecto se expresa una imposibilidad, pero como negatividad. Aparece el gesto del deseo, pero en su ausencia de presencia.
Finalmente creo que el texto recién puesto de Lacan puede ser complementado con un poema de Pessoa que una vez ya fue colocado en este espacio, y es 'Autopsicografía', que a mi juicio muestra totalmente esa imposibilidad del poeta, que lo derrumba pero lo hace vivir.
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que en verdad siente.
Y, en el dolor que han leído,
A leer sus lectores vienen,
No los dos que él ha tenido,
Sino sólo el que no tienen.
Y así en la vida se mete,
Distrayendo a la razón,
Y gira, el tren de juguete
Que se llama corazón.

2 comentarios:

Discálculo dijo...

Pusistes unos videos del guatón Llillek, Lee la column de ese gordo sobre el triunfo de Obama y la critica que hace al multiculturalismo o las vanguardias de izquierda. Mermelada, digamos que mermelada agalmática, jejeje. Salió el cansador intrabajable 1 de Bertoni, la udp lo saco y esta muy barato. Cuidate y espero verte luego en mi casa,
un gran beso

Discálculo dijo...

Que divertido lo de las flores en la cabeza y los judíos, acabo de leerlo. Lo de los judíos me parece cierto de alguna manera chistosa, pero debieras ser más preciso, no hay mejor que transgredir. Es divertido poder ironizar con esas prácticas tan disimiles que nos provee la fauna atravesada por el discurso del Otro. Pero también, a modo de autoflagelamiento, pudieras escribir sobre como muchos de nosotros acumulan libros de manera obsesiva, cuidan y conservan en estanterías como trofeos de guerra sin ser consultados periódicamente, más bien mostrándolos con orgullo ante todo visitante. Te aconsejo que lo hagas del Lacanismo, suena más divertido y más flagelante.

bueno
un beso