domingo, 21 de septiembre de 2008

Cambio.


Benjamin en sus 'Tesis sobre la filosofía de la historia', tiene un consagrado comentario al 'angelus novus' de Klee. En ese comentario escrito a mediados del siglo pasado nos muestra la vertiginosidad e ineluctabilidad de los cambios: nos muestra, como comenta Habermas, como el progreso ha coagulado en norma histórica. Otros autores, ligados a la sociología de la modernidad (hermoso pleonasmo, como ya nos lo señaló Wagner) nos muestran que el derrumbe de la estación final de los metarrelatos no ha evitado que la locomotora que tenía la consigna del progreso o de la revolución, siga a toda máquina, teniendo por consigna ahora la idea de cambio, cambio no teleológico o programado, sino azaroso y contigente. Eso nos ha obligado a vivir en un constante presente que se muestra como transito a otro estado pero también como fin en sí mismo. En la primera modalidad, el transito no tiene una vía definida, pero a pesar de esto se manifiesta como tal; se ven signos en las personas: esperanza, espera, angustia, fatalismo. El camino y el fin no parecen claros, pero están al fin y al cabo, sólo hay que esperar. En la segunda modalidad, se constituye como norma de existencia un mal entendimiento del 'carpe diem'; una especie de hedonismo, que saborea segundo a segundo el placer, y he ahí su fin. En cierto modo el medio transformado en fin. Un presente que se muestra como un acontecimiento vacio, ya que no importa lo que se haga no modificará el futuro ni el pasado, sólo debe ser erotizado el ahora: 'Porque la vida es ahora', nadie como VISA sabría formular mejor el imperativo categórico.


La génesis de esta coagulación, nos dirá Wallerstein, viene de la mano de los burgueses post revolución francesa (1789). Nos dirá este autor que en el momento que vieron este gran socavamiento del orden anterior, se denotó la instauración de un nuevo orden, valiéndo el oxímoron, el 'orden del cambio'. Era inevitable que quedase en los corazones de la gente, luego de derrocado el viejo orden, que la estabilidad era (pro)puesta por las personas. El fundamento era el sujeto (valiendo la redundancia). Por lo cual eran los mismos hombres quienes tendrían la capacidad y la obligación de transformar los nuevos ordenamientos viciados: ya había funcionado la fórmula, por qué no ocuparla de nuevo. Este acontecimiento (en el sentido Heideggeriano) puso en relación todos los sistemas de pensamiento político reticulados en torno a este concepto: todos sabían que el cambio era inevitable, había que proponer formas y procesos particulares. El marxismo tendría alguno, el conservadurismo otro. Eso es lo que menos importa.


La perorara anterior, la señalo a raiz de que en estos últimos tiempos he vivido algunos cambios. Se supondría que históricamente y socialmente -soy hijo tardío de la modernidad- debiese estar vacunado para el cambio, si no gozarlo, al menos sobrellevarlo bien, no como obstaculo. Creo que esto último pasa. Pero la dificultad de este cambio ha sido mayor de lo que preveía. No es que sufra o algo así, al contrario, estoy bastante bien. Sin embargo, no dejo de reverberar o rumiar el cambio. Eso creo es lo que deja estos resabios en mi blog, esa repetición. Y eso creía que no debería haber pasado según todo lo dicho en mi circunloquio anterior. La verdad lo digo metafóricamente, porque es imposible -e incluso patológico (deformación profesional)- no sentirse con un poco de desasociego ante un 'acontecimiento'.


Soy en parte como el 'angelus novus' que se ve obligado a avanzar y que no puede evitar mirar atrás y desear buscar entre los restos algo útil, sin embargo con gozo y con el pecho henchido he desmontado mis cuadros y desenfondado mis antiguos papeles para poder decirme 'moderno' y vivir el cambio de manera activa, sin por eso pretender olvidar mi pasado.


O algo así.